Ascensión invernal a Cabezas de Hierro por la cara norte
El 16 de diciembre de 1966, Paco Montero y yo, fuimos a la Norte de Cabezas de Hierro. Dormimos en el refugio Pingarrón y al día siguiente iniciamos el ascenso a la cumbre. La nieve estaba dura, pero con crampones se hacía bien, en la parte de las dos columnas, que hoy llaman los pulmones, nos encordamos aunque subíamos a la vez. Paco en un momento se echó a correr hacia arriba, por probar o por tontería, y resbaló yendo hacia abajo. Le vi pasar a toda velocidad y apenas tuve tiempo para clavar el regatón del piolet y pasar la cuerda por encima para detenerle y no caer los dos. Hubiera sido insuficiente, pues con la fuerza que llevaba y el mal agarre del piolet en la nieve dura, nos hubiera llevado para abajo. Mi sorpresa fue, cuando yo esperaba que me arrancaría hacia abajo fue todo lo contrario, me tiró para arriba y detuve la caída de mi compañero. Mi sorpresa fue que vi como la cuerda se enganchó en un pequeño y único mogote de piedra en todo lo ancho del tubo. Un milagro, pensé y, aún, lo sigo pensando. Por fin llegamos a la cumbre y nos pusimos a hacer sopa, Avecrem de conchitas al huevo que no llegaron a cocerse porque no el frío que hacía el agua no hervía; las comimos crudas. Qué fácil hubiera sido llevar unos bocadillos y dejarnos de cocinar. Esto nos llevó tiempo que hubiéramos necesitado para volver hacia el Puerto de Navacerrada por Valdemartín y que no se nos echara la niebla, que hizo que nos perdiéramos y diéramos vueltas alrededor de la Caeza de Hierro menor, hasta que nos dimos cuenta que las huellas en la nieve que íbamos siguiendo, eran nuestras propias huellas. No sabíamos por donde estábamos, a veces veíamos luces en el valle, pero no sabíamos en que lado caeríamos. Finalmente decidimos tirar monte abajo y aventurarnos a encontrar un camino que nos llevara a alguna población. Ya cuando bajamos por debajo de la capa de nubes, vimos, ya de noche, la silueta del Yelmo de la Pedriza y supimos donde estábamos, dirigiéndonos al Tranco y a Manzanares Real. Llegamos a la una de la noche, no había nadie en la calle y nos dirigimos al Cuartel de la Guardia Civil por si nos estaban buscando y para pedir alojamiento aunque fuera en un calabozo. El guardia nos recibió en pijama y nos abrió el zaguán del Ayuntamiento, además nos proporcionó un capote y una barra de pan. Encima de una mesa de despacho, dormimos rendidos los dos, hasta el día siguiente que cogimos el autobús de la Empresa El Gato que nos trajo a Madrid. Decir que nadie nos echó de menos, ni siquiera nuestra familia, jajaja.